Sumario

Matinée

“¡Oigaaaaa! Esta noche en el cine Imperio…” Esta cantinela forma parte de mi más indeleble memoria auditiva, de una niñez en el pueblo con sabor a helado casero y merienda de pan de higo con almendras o a natillas y torrijas, los domingos.



Todos los días, dos empleados de la empresa exhibidora (es decir, Francisquito “El Checo” y depués  su sobrino Andrés), más el Primi (uno que memorizaba lo que tenía que decir y lo gritaba en forma de pregón a través de un embudo amplificador) daban varias vueltas al pueblo anunciando la peli del día. Llevaban una especie de andas en que claveteaban los cartelones y varios fotogramas de la película. La gente, al oírlos, salía a la puerta y les hacía parar aquella especie de procesión laica, escrutaba el aspecto de la película y decidía si valía la pena.



Si los de mi pandilla decidíamos ir, teníamos que pedir permiso en casa y llegarnos al cancel de la parroquia, donde el cura clavaba unas fichas con la clasificación moral de la película. Sólo después de este trámite, absolutamente imprescindible, nos daban o nos negaban el permiso. La clasificación era algo así como:

1 Todos los públicos;
2 Jóvenes;
3 Personas mayores formadas;
3R Mayores con reparos;
4 Moralmente peligrosa.
Si nos saltábamos esta clasificación y nos metíamos en una 3R o 4, se podía liar en casa, pues siempre había un conocido que daba el chivatazo.



Pero sábados y domingos nos resarcíamos de estas restricciones, pues eran las sesiones de matinée, curiosamente a las cuatro de la tarde, a pesar de su matinal nombre. Allí nos plantábamos toda la pandilla, provistos de nuestros chicles y nuestros cartuchos de pipas para ver el peliculón de aventuras, el peplum, el western, cine religioso (impagable “Molokai”, sobre el Padre Damián, apostol de los leprosos), comedietas ligeras, grandes producciones de los años 60 (¿cómo olvidar “Los diez mandamientos”, donde Charlton Heston cambiaba su rifle por las Tablas de la Ley, o “Ben Hur”, en la que otra vez Heston emulaba a Fernando Alonso, pero en cuádriga?).




¿Y el verano? El verano tenía un saborcillo especial pues había una competencia muy marcada, casi un pique, entre los dos exhibidores. Se quitaban las películas uno a otro, bajaban los precios, ofrecían programas dobles… El caso es que íbamos todas las tardes al cine. Uno de ellos llegó a tener dos terrazas de verano y exhibía la película en el cine bueno (Cine Los Zagales) y a la noche siguiente la pasaba al malo, (Cine La Atarazana) a mitad de precio. El malo era, en realidad, un corral donde se las vacas se hacían notar por sus mugidos y olores. Allí había una pantalla pequeña y el mobiliario eran las sillas más desvencijadas. Pero tenía tal encanto y teníamos tan poco dinero…




En este corralón vimos “Trapecio”, con una rivalidad amorosa ente los dos astros del circo (Tony Curtis y Burt Lancaster), que se disputaban en el suelo y en los aires el amor de Gina Lollobrígida. El problema era que la pantalla era tan pequeña para el formato scope, que los trapecistas iban continuamente de una parra a una higuera que había a los lados y nosotros nos mondábamos de risa coreando: “¡A la parra! ¡A la higuera! ¡A la parra! ¡A la higuera”, lo que convirtió la película en un verdadero éxito de público.

Nos divertíamos con los nombres de los artistas (entonces se llamaban genéricamente artistas) y sus nombres anglófonos o italianos, que nos permitían hacer juegos de palabras: Gregory Pee y Orson Huele. O Gina Chochofrígida. ¿Qué decir de la cantidad de sugerencias colchoneras que daba el nombre de Lana Turner? Y qué extraño que un tío se pudiera llamar Dana (Andrew).




¿Alguien ha conseguido olcidar la escandalera de destape de Sara Montiel en “La reina del Chantecler”? Todos los intentos de colarnos fueron baldíos: Puche jamás nos lo permitió: era 4 (moralmente peligrosa) para nuestros onanistas censores. Me prometí a mí mismo verla cuando fuera adulto, pese su catalogación moral, pero lo que son las cosas: perdí el interés por Sara, últimamente reconvertida en un espantajo relleno de botox, algo realmente ajeno a mis más que turbadores delirios de entonces.




En 1964, se proyectó con motivo de los “25 años de Paz”, una película llamada “Franco, ese hombre”, un canto al franquismo, que estuvo en el cine casi una semana, yo creo que subvencionada. Hubo alguna pintada en las paredes del pueblo, algún chiste en los bares y a la guardia civil se le escapó alguna bofetada.

Total, que matinée a matinée, vi todas las de los hermanos Marx, Cantinflas, la mula Francis, Rin-tin-tin, Joselito (entonces llamado “el pequeño ruiseñor”), Locura de amor, todo el ciclo de Tarzán, muchas de amores, John Ford, y muchas “policiacas” (así se llamaban por entonces lo que hoy día se llama thrillers), de espías, de espadeo… (estos eran los subgéneros que establecíamos nosotros). Si teníamos dudas sobre si valdría la pena una película o no, sólo teníamos que  preguntar en el bar de Vicente, donde siempre había alguien con serias y rigurosas posibilidades de informar:

-¿Qué se dice de tal película?

-Manolo la vio anoche y le ha dicho a su cuñado que estaba muy bien. Pero a Pepi no le gustó. Se lo ha dicho al novio, que está en la mili en Ceuta…

Aún no existían foros de internet, pero esas conversaciones y sus documentadísimos informantes eran toda una fuente de rigurosa información gracias a la cual nos vimos más de un tostón infumable. Todo un prodigio documental.

Cine Imperio, cine Los Zagales, cine La Atarazana, el Florida Park (éste con bar)… viejos cines de pueblo de los 60, hoy desaparecidos. Viejos actores y actrices, directores y películas que metieron en mi alma la magia del suspense, la emoción, la rabia, la venganza, la pasión… Todo eso que conformó mi educación estética y sentimental, como en el niño de “Cinema Paradiso”, más o menos el mismo niño que tengo guardado en mi interior y que, tozudo, se empeña en no abandonarme nunca.

2 comentarios:

Ramón Besonías at: 24 febrero, 2012 dijo...

Todos tenemos en nuestra memoria esas primeras veces, esos primeros planos en un cine de barrio.

En mi caso, la matinée tuvo lugar en una Casa del Pueblo de Barakaldo (Bizkaia), cercana a mi casa. Ofrecían a los niños cine matinal gratuito. Flanqueaban la sala retratos faraónicos de Marx, Pablo Iglesias, y demás dioses paganos de la hagiografía socialista.

La oferta se ceñía a cine clásico, casi siempre en blanco y negro. Comedias de Buster Keaton, Charlot, el Gordo y el Flaco... Cine de aventuras, Tarzán, es decir, un ciclo iniciático que marcaría mi actual querencia irracional por el cine.

Los domingos proyectaban en mi colegio, los Salesianos, cine en color. Allí veía películas de reestreno. Le llamaban Trinidad, Terremoto, las de Bruce Lee,... La moda del momento.

A los 12 años, más o menos, mis padres me llevaban a las salas comerciales para ver estrenos del momento. Fue entonces cuando descubrí a Spielberg, a Lucas, a Ridley Scott y su alien,...

Todas estas primeras experiencias son el germen del amor que hoy profeso a este arte. Ir al cine se convierte en una experiencia espiritual, no solo un acto de disfrute. El solo hecho de "ir al cine" sacia una necesidad inefable.

Gracias, Alberto, por recordarme esos momentos. Veo que somos feligreses de una misma Iglesia.

Emilio Calvo de Mora at: 26 febrero, 2012 dijo...

En la mía está mi Colegio Fray Albino, en Córdoba, en el Sector Sur.
Un par de maestros decidieron poner cine por las mañanas de los sábados.
Será de ahí de donde sale el Emilio enamoriscado del cine de hoy. De esos maestros. Vivan los maestros. Por lo que me toca. Por lo que nos toca. Por lo mal que se les mira a veces. Por lo que entregan siempre.

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