Mi amiga Marisol me contó a su regreso de Nicaragua que visitó algunos paisajes en los que se inspiró García Márquez para ambientar escenarios emocionales de su infancia, y que al contemplarlos cambió por completo la percepción que tenía de la literatura de Gabo. Lo que para muchos estudiosos de la obra del colombiano se denomina realismo mágico, pasó al experimentar in situ aquellas escenas literarias, a convertirse en un ejercicio prodigioso de preciosismo descriptivo. Nada de aquello que está impreso en las páginas de Gabriel García Márquez era inventado o exagerado; su pluma carecía de retórica o afectación importada. Tan solo se ciñó a dejar constancia de una realidad que al vivirla parece poseer un halo misterioso, una extraña sensación luminosa, pero que solo constata la belleza inefable de la realidad y la incapacidad humana de poder captar los numerosos detalles que la pueblan. Una realidad que al traducirla al papel, al ficcionarla, creemos inconscientemente trascender de su materia prima.
Una impresión similar tuve las primeras veces que visioné Amarcord. Mi primera experiencia tuvo lugar siendo adolescente, una etapa en la que está uno poco receptivo a percibir en el cine un reflejo de su propia existencia, y todo aquello que no sea presentado bajo los cánones de la moda, queda por exclusión relegado al universo oscuro de los adultos. Vamos, que no me enteré de nada; y encontré aquel fascinante retrato costumbrista como una solemne estupidez, un ejercicio de neurosis creativa, un catálogo de greguerías fílmicas a modo de divertimento que solo el autor podía entender. Esta lectura fue la que mantuve hasta que unos diez años después volviera a verla, movido por mero esnobismo ilustrado. Sin embargo, el paso del tiempo todo lo transforma, y lo que en principio parecía que iba a ser un rutinario ejercicio de masoquismo, se convirtió en un fiel matrimonio entre Fellini y el que escribe. Y hasta ahora.
Hubo, por supuesto, nuevos visionados de Amarcord. Incluso en ocasiones, cuando la proyectaban por televisión, aunque hubiese empezado, me quedaba embelesado con la escena, colgado de aquellos personajes singulares, tejidos con el material del que está hecha la vida. La habré visto varias veces y con cada nuevo visionado crece en mí la sensación de estar percibiendo, como le sucedía a mi amiga Marisol, un fiel reflejo de la realidad. Al contrario que me sucede con la vida, a la que en ocasiones observo con perplejidad, como si estuviera siendo testigo de una esperpéntica ficción, guionizada por un dios con un extraño sentido del humor.
1 comentarios:
Amarcord no es sólo la estanquera XL Size: es el niñato de la moto dando la lata; el profesor que fuma y fuma más pendiente de mantener la ceniza erecta que de la clase; los embudos de papel para mear; la magia del trastlántico, el coche que hace contacto y se le ecncienden los faros "al ser agitado".
Amarcord está hecha de los sueños de la memoria, de esos recuerdos que nunca más se llega a saber si son recuerdos reales o inducidos, que son los que má fuerza tienen.
Yo también la he visto varoias veces y siempre me maravilla, tan llena está de detalles oníricos.
Larga y próspera vida a este cineblog.
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