Sumario

Las aventuras de Jeremiah Johnson



No elegimos a nuestros padres. Una verdad como que todos morimos, como que existe Hacienda. Como que a veces Dios aprieta y también ahoga. Existen verdades infundadas, pero con apego en el imaginario; verdades a medias, verdades sin prueba refutatoria. Verdades de las que uno está convencido, pero que son intransferibles; solo son aplicables al universo insondable de cada cual. 

¿Por qué me gusta Las aventuras de Jeremiah Johnson?, ¿por qué no me canso de visionarla una y otra vez, y a pesar de conocer cada plano, cada línea de guión, sigue revelando en cada pase nuevos detalles? Las aventuras de Jeremiah Johnson forma parte de ese catálogo personal de imponderables que cada cual guarda para sí y, si la gracia tiene por ventura acompañarte, compartirlo con algún que otro creyente accidental.

Quizá sea la fascinación del protagonista por la soledad, su querencia por la belleza salvaje o su rechazo a los convencionalismos de la civilización. Puede que me atrajera la lucha de Johnson contra los elementos, o su épica silenciosa. Quién sabe. Siempre existe algo del observador en la obra que admira; la fascinación por el arte es siempre una mezcla entre el encuentro con lo otro, lo diferente, la ausencia, y algún sesgo de nuestra propia identidad, adherida sin saberlo en huellas presentes en la obra. 

Las aventuras de Jeremiah Johnson narra la epopeya de un soldado que huye de la guerra de Secesión y se adentra en plena naturaleza, lejos del mundanal ruido. Allí descubre un tipo de crudeza muy diferente a la que genera la civilización. El protagonista está basado en un personaje real, el trampero John Johnston, apodado Crow Killer, que vengó la muerte de su esposa india, matando a numerosos guerreros crow y comiéndose después sus hígados. Pero lo que realmente fascina de la película de Pollack no es tanto la historia de acción y venganza que la atraviesa, cuanto el proceso de adaptación del protagonista con el entorno natural. A este fascinante maridaje contribuye la fotografía de Duke Callaghan, que consigue, casi que en tono documental, introducirnos con Jeremías Johnson en su épica de supervivencia. Junto a la fotografía, una excelente banda sonora a cargo de Tim McIntire (hijo del mítico John McIntire)  y John Rubinstein (hijo del pianista Arthur Rubinstein). El lirismo de los tracks ayuda a sumergirnos suavemente en la belleza de los paisajes y a empatizar con la heroica soledad del personaje y sus aventuras. El trovador canta las andanzas de Jeremías, a modo de sermón:

 “The way that you wander 
is the way that you choose. 
The day that you tarry 
is the day that you lose.”

Elegimos nuestra forma de andar por el mundo, y día que decidimos demorar nuestro paso, día que perdemos. 

Las visitas del viejo Bear Claw (garra de oso) -interpretado por un soberbio Will Geer- a Jeremías son uno de los momentos más vívidos de la película. Viene a ser como una especie de Viernes para este Robinson de las montañas, una voz humana surgida del silencio; además de manual de supervivencia, sirve al protagonista de apoyo emocional y gurú de Johnson. "Soy mitad caballo, mitad lagarto, y estoy medio tocado por un terremoto. Tengo la chica más guapa, el caballo más rápido... y el perro más horrendo de este lado del infierno", grita Bear Craw al llegar, aunque nadie le hubiera sentido acercarse de no ser por su verbo deshinibido.

El guión del desconocido Vardis Fisher bebe de las fuentes de clásicos americanos como El último mohicano, de Cooper, o Colmillo blanco, de London. En ambas obras, la naturaleza es protagonista y antagonista del personaje principal, y es presentada desde su dualidad fascinante, mezcla de belleza y autoridad. 

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